“Me siento muy mal, me incomodo y me empiezo a asustar. Me pongo a pensar que capaz aparezco dentro de una bolsa en el canal… ¿Por qué debería pensar en esa clase de cosas? ¿Por qué debería preocuparme?”. Iara Moya padece el acoso en la calle, y se hace esas preguntas. Con tan sólo 13 años, sus palabras sintetizan lo que siente una mujer cada vez que camina por el espacio público. Al igual que las palabras de Iara, los números también son contundentes y alarmantes: el 99% de las mujeres consultadas por Acción Respeto -una agrupación dedicada a concientizar sobre esta problemática- sufre acoso callejero alguna vez.
“Todas las prácticas con connotación sexual que se dan en el espacio público -como los silbidos, los gritos, y la interacción física- constituyen el acoso callejero”, explica Belén César, integrante de Acción Respeto. Andrea Liquin, miembro de La Casa de las Mujeres Norma Nassif, argumenta que el acoso callejero es una forma de violencia de género porque se viola el derecho a la intimidad y a la libre circulación de las mujeres, sumado a que las atemoriza y las pone en peligro. “Erradicarlo podría evitar violencias más evidentes como los femicidios o la violencia doméstica, porque no es más que una de las prácticas de lo que conocemos como machismo”, agrega Belén.
El 85% de las mujeres -encuestadas por MuMalá (Mujeres de la Matria Latinoamericana)- se sienten inseguras al caminar solas por la calle, siendo la noche para un 77% el momento en que más insegura se sienten, sobre todo en las zonas poco transitadas y con poca iluminación. “Es doloroso y triste. Yo sé que tengo que caminar y voy preparada a que tengo que ir de una manera determinada... como si fuera a la guerra”, cuenta Alejandra Moya, quien a veces se desplaza con piedras o palos en su cartera, por si tiene que defenderse.
Además, el 93% de las consultadas por la agrupación feminista recibe diariamente comentarios sobre su apariencia, bocinazos o silbidos, y el 45% comentarios sexualmente explícitos. “Es muy cotidiana la mirada haciendo notar que te están mirando, el ‘hermosa’ -a pesar de que los hombres no lo registren como un insulto- y agresiones mucho más directas, de palabra sobre todo”, cuenta Sara García, quien tiene 31 años.
Otro dato que se desprende del relevamiento de MuMalá es que el 28% de las mujeres afirma haber sido seguida por un hombre en alguna ocasión. Idéntico porcentaje sostiene que en algún momento de su vida un hombre obstruyó su paso intencionalmente en algún espacio de la vía pública. Incluso, el 10% de las encuestadas ha tenido que soportar que un hombre se masturbe frente a ellas. “Cuando tenía siete años sufrí por primera vez el acoso. Un hombre se paró atrás mío haciendo obscenidades. Por supuesto no dije absolutamente nada, estaba con mi hermano, era muy chiquita, no entendía en realidad qué era, sabía que no era bueno, así que salí corriendo y me fui del lugar”, recuerda Sara Orlando, quien tiene 60 años.
Estas agresiones condicionan a las mujeres cada vez que salen a la calle desde muy jóvenes. El 91% de las encuestadas por Acción Respeto cambia de vereda o de trayecto para evitar el acoso. “Siempre que veo un grupo de hombres amontonados en la vereda, me cruzo. Por ejemplo, cuando tengo que pasar por la Plaza Urquiza, nunca camino por la cuadra de los bares, siempre por la del frente”, cuenta Lourdes León, de 18 años.
También deben limitarse en su libertad de vestimenta. El 48% de las mujeres consultadas por Acción Respeto cambia su ropa para intentar evitar los silbidos, gritos o piropos. “Cuando me acosaban e iba con un pantalón que al resto le parecía llamativo, pensaba: ‘ah, es el pantalón’, y lo dejaba de usar”, confiesa Sara. Hoy, opina que está mal modificar conductas para evitar el acoso: “la vestimenta es para uno, no para el resto”. Por su parte, Lourdes explica que en verano, a pesar del calor, se cuida de no usar short al salir al centro: “me siento muy incómoda, aunque hagan 40 grados, voy a ir de jean”.
En Tucumán, no existe una norma que penalice el acoso callejero, como la que fue sancionada en diciembre pasado en la Ciudad de Buenos Aires, con multas de hasta $1.000.
A pesar de ello, la integrante de Acción Respeto cree que en caso de que existiese una norma que condene esta forma de violencia sería complicado conseguir testigos o pruebas evidentes.
Sin embargo, Belén considera que sería útil la eficacia simbólica de la ley: “mucha gente puede empezar a dejar de hacerlo por estar prohibido. También estaría bueno si la ley destinase fondos a las actividades que con Acción Respeto realizamos, que son más que nada apostar al cambio cultural”.